Lo mejor del museo es sin duda el emplazamiento. Situado en la Plaza de la Merced, a cuatro pasos por detrás del Ayuntamiento y la Plaza Mayor. El museo es observable desde las hoces. Haber situado el Museo de la Ciencia en pleno casco antiguo y restaurando un viejo edificio es meritorio, de esta forma la ciencia se sitúa junto al arte y la arquitectura dentro de la cultura.
La presentación es buena, el gasto elevado, el personal muy diligente pero el conjunto se ve limitado por la escasa interactividad. Buen escaparate para un modesto resultado.
En la entrada se representan a gran escala la rueda hidráulica, el molino de viento, el regulador a bolas y un tornillo de Arquímedes monumental. Unos péndulos y un tornillo con líquido azul prometen más de lo que luego veremos en los tres espacios.
Algún giróscopo interesante, dos experiencias en vacio, un generador de tornados y poco más. Eso sí, mucha reproducción de naves espaciales. La parte de naturaleza son paneles y la de energía son pedales. Si merece la pena el soberbio espejo parabólico concentrador sobre un tubo.
El material didáctico es escaso, caro y de profesionales del diseño y no educadores. Cuando recuerdas el esfuerzo generoso de los compañeros del museo de matemáticas de Catalunya y lo comparas con el despliegue de Cueca no dejas de sentir cierta pena.