El Renacimiento nunca dejará de sobrecogernos. No solo hablamos de la calidad pictórica insuperable de los Rafael, Miguel Ángel o Leonardo. También la temática nos produce profundo estremecimiento. Presentamos una de las obras más inquietantes de la historia del arte: Los tres filósofos del Giorgione.
Si tuviéramos que seleccionar la trilogía que mejor representa el espíritu de una época donde la magia y la ciencia quedan entremezcladas, elegiríamos Los embajadores (1533) de Hans Holbein el Joven, La Melancolía I (1514) de Durero y sin duda Los tres filósofos (1509).
El impresionante lienzo fue encargado a Zorzo de Castelfranco, Giogione, por un rico mercader veneciano aficionado a las ciencias ocultas, alquimia y hermetismo. Tras cuatro años de trabajo, la muerte de Giorgione hace que el cuadro sea terminado por Sebastiano del Biombo.
Las interpretaciones del cuadro son múltiples, desde unos insostenibles y cristianizados Reyes Magos a una metáfora sobre las Edades del Hombre, mucho más acertada.
Lo que nos interesa resaltar es como las tres obras de la trilogía hacen un uso casi agobiante de la matemática. En el caso del Giorgione, tanto el joven como el viejo llevan compás. El joven, además, lleva la escuadra característica de las alegorías de la Geometría mientras queda inmerso en sus meditaciones. El viejo sostiene también unos apuntes astronómicos (o astrológicos) que recuerdan al bello friso de la Casa Pellizzari de su ciudad natal.
La obra debe situarse en el ambiente místico neoplatónico pitagórico que tiene su apogeo con Marsilio Ficino (1433-1499), Pico della Mirandola (1463-1494), Cornelio Agripa (1486-1541), Teofrasto Paracelso (1493-1541) o John Dee (1527-1609). Las tres pinturas reseñadas se enclavan en un mundo donde la matemática es un instrumento de comprensión de la naturaleza y herramienta de la magia natural. El joven del cuadro se está iniciando, todavía no llega a los misterios ocultos pero se esta preparando con la geometría. El hombre maduro con su serenidad controla su vida interior, y ya en la senectud dominará los secretos del cosmos.
Desde el punto de vista puramente pictórico el cuadro es de una belleza que no necesitaba tanta retórica, pero no hemos podido obviarla.
El Museo de la Historia del Arte de Viena alberga algo tan tremendo.