Cuando se pasea sosegadamente por la comercial Princes Street de Edimburgo no se sabe dónde mirar, si a la fortaleza medieval de nuestra derecha o a la romántica colina del fondo. Ignoramos si la simulación de la Acrópolis fue buscada o casual, pero las doce columnas de Calton Hill son un reclamo para la mirada ensoñadora.
A Calton Hill hoy se sube para observar la ciudad tanto de día como de noche. Ayer se visitaba para observar los cielos. El espectáculo de las lucecitas de la ciudad es lo mismo que hace imposible un Observatorio: la luz es polución para el astrónomo.
Las observaciones se hacían desde dos edificios: el neoclásico con la habitual cruz griega y un edificio cilíndrico de hermosa cúpula más moderno.
Bajo la cúpula accesible ya no queda nada. En el otro han conservado una silla de astrónomo y su telescopio de cuando era el ojo humano quien recogía la luz de las lejanas estrellas. Hoy se trabaja con datos digitalizados tratados con poderosas herramientas informáticas.
Como curiosidad mostramos la hendidura del edificio que parece partirlo en dos: es a apertura hemisférica para el telescopio fijo norte/sur que observa los tránsitos estelares.